Formalizar la informalidad

Entre los muchos problemas sociales que ha evidenciado la pandemia del Covid-19 en el mundo está la economía informal. Cuando ya son 8 millones de personas contagiadas y casi medio millón de fallecidos, hay un común denominador en la mayoría de países del mundo; y, es que no solo los servicios de salud no han estado preparados para atender a sus sociedades, sino que han exhibido la pobreza de sus políticas públicas sociales y ha salido de la sombra la realidad de la economía informal.

Todos sabemos que los trabajadores informales en el mundo dependen del trabajo diario para sustentar a sus familias, por lo que hoy enfrentan el dilema de “morir de hambre o morir del virus”.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) indica que más de 2 mil millones de trabajadores participan en la economía informal, esto representa el 62% de los trabajadores del mundo, entendiéndose que la fuerza de trabajo mundial asciende a 3300 millones de individuos.

En los países de bajos ingresos, el empleo informal representa el 90% del empleo total, el 67% en los países de ingresos medios; y el 18% en los países de altos ingresos. El porcentaje de trabajadores de la economía informal gravemente afectados por el confinamiento va desde el 89% en América Latina y los Estados Árabes, al 83% en África, el 73% en Asia y el Pacífico y el 64% ciento en Europa y Asia Central.

Por otro lado, ocho de cada diez empresas en el mundo son informales, emplean a diez o menos trabajadores que no son declarados como tales, con baja calificación, muchas veces en condiciones precarias, sin protección social, sin acceso a la de salud y seguridad en el trabajo, entre otras insuficiencias laborales.

Ante un  cuadro de informalidad tan grande, en muchos países las fuertes medidas de contención del COVID-19 no han sido suficientes para contener los contagios y las muertes.

Los estados no han estado y no están en capacidad de cubrir con alimentos y dinero a sus poblaciones informales; ante esto, estas personas que necesitan trabajar para alimentar a sus familias han tenido que regresar a sus trabajos informales y es además una fuente de tensión social.

La OIT destaca en uno de sus permanentes informes que la región del mundo que perdería más de horas de trabajo durante el segundo trimestre serían las Américas con un 12,4%, seguida de cerca por Europa y Asia Central con un 11,8%, y el resto de las regiones superarían el 9,5%.

La pandemia del COVID-19 está afectando a millones de trabajadores informales, por ejemplo en Brasil (segundo en número de contagios en el mundo) y la India (cuarto en el mundo), el número de trabajadores de la economía informal afectados por la cuarentena y otras medidas de confinamiento es sustancial.

El COVID-19 está sometiendo a una presión aún mayor a los países que experimentan fragilidad, conflictos sociales prolongados, desastres naturales recurrentes o desplazamientos forzosos. Muchos de estos países no han podido responder con el acceso a los servicios básicos, en especial los de salud y saneamiento.

Es necesario y urgente desde estos gobiernos una respuesta a nivel político –muy diferente a un nivel de aprovechamiento político- priorizando la protección de la salud y el apoyo económico.

La OIT contempla cuatro pilares: 1: Estimular la economía y el empleo; 2. Apoyar a las empresas, el empleo y los ingresos; 3. Proteger a los trabajadores en el lugar de trabajo; y, 4. Buscar soluciones mediante el diálogo social.

Desde mi punto de vista, estimular la economía y el empleo; y, apoyar a las empresas, el empleo y los ingresos dependerá de que tan controlado puede estar el nivel de contagios por la pandemia, ya que se convierte en un círculo vicioso; es decir, no salir para no contagiarse y a la vez se necesita que las personas salgan a trabajar para evitar más crisis.

Es importante entonces para combatir una mayor recesión que las personas puedan volver a trabajar con seguridad caso contrario deben de seguir en confinamiento y los estados deben de cubrir las necesidades básicas de sus poblaciones; sin embargo, la gran mayoría no están preparados para hacerlo.

El dialogo social hoy está prácticamente también confinado, hoy no existe. Lo que hay son protestas, frustraciones, tristeza y enojo ante la insuficiente respuesta de los estados y sin señales de regresar y recomenzar a la ya alicaída reconstrucción del tejido social claramente fraccionado y agonizante.

Hoy, ante una realidad palpable y dramática, de poco o para nada sirven las recetas y documentos de organismos internacionales con recomendaciones de acciones políticas, económicas y sociales.

Los estados necesitan reinventarse sobre la marcha y con lo que tienen a la mano, esperar más tiempo es condenar a sus sociedades, formalizar a la informalidad debe ser el gran objetivo.

Lo único claro que tenemos es que el panorama es sumamente incierto. Hay una incertidumbre sobre la magnitud de la crisis vigente en las vidas de miles de millones de personas.

Las respuestas desde el ámbito político deben centrarse en la prestación de alivio inmediato a las personas y es una oportunidad para refundar políticas públicas coherentes, realizables, organizadas y humanistas.

Hasta la próxima semana.

Sobre Luis Felipe Polo

Doctor en Teología, MBA, docente y experto en resolución de conflictos y derechos humanos.

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