En la política en general y en las democracias en particular, se confunde lo que significa ser de oposición, ser de gobierno o ser indiferente con intereses políticos. Ejemplos hay en el mundo y muchos. Desde insultos de los gobernantes a la oposición y viceversa; insultos desde dirigentes políticos a quienes gobiernan o a otros políticos, dirigentes sociales y periodistas; insulto de periodistas a quienes gobiernan o a otros políticos; etc. Todo este “ramillete” de insultos es ahora más público que antes, ya que a través de las redes sociales es más fácil insultar y ser insultado.
La difamación y las burlas rebajan la dignidad de las personas, y este trato injusto es una falta de respeto. La gravedad de una falta de respeto depende de lo que se realice y de la dignidad que se intenta dañar.
Muchos se preguntan si el ¿respetar equivale a desinteresarse?, la respuesta es un No rotundo. Un gran dogma del egoísmo es afirmar: «yo respeto a los demás; que los demás me respeten».
Cualquier persona posee una dignidad por el hecho de ser persona, y así toda persona merece respeto, un trato adecuado a su dignidad humana. Este deber básico incluye respetar sus bienes, su vida, su fama, su intimidad; sin embargo, algunas personas merecen un respeto mayor debido a una dignidad superior, por ejemplo, los padres, los ancianos, las autoridades, etc.
El respeto no significa dejar a los demás que hagan lo que les venga en gana. Hay cosas que se deben prohibir, y asuntos que se deben corregir. Tanto el respeto como la corrección se apoyan en la caridad que a veces exige corregir. Corregir en exceso o en defecto no es falta de respeto sino de caridad. Se añade la falta de respeto si se corrige con malos modos. El respeto mutuo protege la dignidad de las personas y por tanto origina seguridad y confianza. Si uno tiene el hábito de respetar, el respeto le saldrá espontáneo, es cuestión de ética y moral.
La política de respeto a la política debe ser de tolerancia y saber usar el arte de la negociación como un elemento importante para la gobernabilidad desde el mismo gobierno, la oposición y la ciudadanía en general.
No es lo mismo el arte de negociar en la política que el arte de la política en la negociación. Como escribió en algún momento el politólogo Juan Fernández Sánchez, “El arte de la política consiste en prometer lo imposible cuando se está en la oposición y justificar la inmoralidad de las medidas tomadas cuando se accede al poder, algo así como negar la acción de la gravedad antes de arrojarse al vacío”.
Cuando se está en política se tiene que aprender o fortalecer las destrezas de buen negociador tanto desde el poder como desde el llano. Saber de negociación va a permitir tener las habilidades para poder resolver determinados asuntos, donde a través de diversas técnicas de negociación se pueda influir para lograr sus objetivos dando como resultado un ganar para ambas partes, sin aprovecharse de otros y bajo las premisas de honestidad y de respeto a los demás.
Nuestros políticos necesitan saber identificar con mayor facilidad las ventajas que produce la negociación eficaz; distinguir la importancia de determinar lo que se necesita comparado con lo que se quiere; valorar la importancia de una minuciosa preparación para iniciar el proceso de la negociación; identificar la naturaleza consecutiva de la negociación y la importancia de la aplicación de cada paso; emplear diversas tácticas y estrategias de negociación que vayan de acuerdo con sus necesidades; y, realizar confiadamente una negociación con la filosofía de ganar-ganar para lograr acuerdos favorables.
Lo fundamental es contar con una actitud personal no confrontativa, tolerante y respetuosa por los demás; y así estar en condiciones como negociadores en la política de saber planificar una negociación fijando objetivos claros y estrategias adecuadas; definir su estilo propio de negociación; interpretar la comunicación verbal y no verbal; conocer y practicar las técnicas que conducen al éxito; saber cerrar la negociación de forma efectiva; conocer los fundamentos de la filosofía ganar-ganar; evaluar los resultados reales obtenidos; y, desarrollar habilidades negociadoras entre los políticos que tanta falta les hace.
Querer hacer política y no saber negociar es el camino al fracaso, al engaño y a seguir usando a la política como el culpable de todos los males de nuestras sociedades, cuando realmente los culpables son los políticos y los ciudadanos que no sabemos hacer política. La política también tiene su política de respeto. No nos dejemos engañar.
Hasta la próxima semana.