Hace algunas pocas semanas nos ocupamos del caso de Ana Estrada quien padece una enfermedad degenerativa e incurable, ella lo sabe, lo sabe la ciencia y todos nosotros también y sobre ello no se presenta ninguna novedad en estos tiempos a raíz de lo señalado.
Lo verdaderamente nuevo debe presentarse en la óptica mediante las cuales la sociedad, la medicina y el derecho enfocan este problema y más allá de enfrascarnos en interminables discusiones, análisis, debates, y hasta peleas, sugerimos un elemento nuevo: ponernos en el lugar de Ana Estrada.
Con seguridad la ciencia, la medicina, la religión y el derecho esbozarán argumentos en algunos casos uniformes y en otros diametralmente opuestos, encontrados, con marcado tinte ideológico, con harta adrenalina en cada comentario y por supuesto en otros con opiniones muy reposadas, pero ello no es suficiente para resolver una temática tan compleja.
Los antiguos pensadores griegos inclusive no mostraron una opinión uniforme, desde Platón quien señalaba que la sociedad debía dejar morir a los ciudadanos que no eran sanos de cuerpo, contravenido por su discípulo Aristóteles quien sostenía por el contrario que la eutanasia debía tener un fin político útil; finalmente Hipócrates esbozaba la defensa irrestricta de la vida humana[1].
Entonces la humanidad, su comunidad científica, sus autoridades, estudiantes y población en general no se pusieron de acuerdo sobre un tema tan complejo y de tan variadas lecturas; no creemos sea lejano el día en el cual los gobiernos o algún gobierno muy agobiado por votos o por alguna razón ni siquiera humanitaria le endose a la sociedad mediante un referéndum la decisión que con seguridad no fue capaz de asumir.
Es común en nuestros tiempos escuchar el término «muerte digna». Por la dureza del término se comenzó a tomar y varias dichas expresiones por “buena muerte” morir con humanidad, morir con valores humanos en lugar de morir con dignidad. Para los diversos Códigos de Ética en el mundo occidental el término “persona” y morir como tal, es decir con conocimiento, decisión y manifestación de voluntad, comenzó a tomar mayor presencia[2].
Para Javier Vega[3], y concordamos nuevamente con lo que señala, deben mostrarse estos elementos para producirse la muerte, pero con dignidad: El requisito de plena voluntariedad, enfermedad en fase Terminal, dolor insoportable, Retraso en el desarrollo de la Medicina paliativa, y sentirse persona por consideraciones trascendentes, es decir ser asistido de manera espiritual, amical, familiar con la mayor fraternidad posible.
El suicidio en propiedad no implica, acumulación de requisitos, etapas o trámites, representa por el contrario una actitud de absoluta ejecución individual mediante la cual podrían presentarse algunas de las situaciones señaladas, pero difiere de manera fundamental en el caso de enfermedades terminales en que cada caso concreto tiene una lectura particular y el tratamiento que establece el derecho debe darse en función de escuchar a la medicina y sobre todo al paciente.
Entonces la denominada muerte digna transita por etapas de absoluto análisis y valoración donde resulta fundamental escuchar al paciente quien sabe que nunca mejorará y tendrá además de la etapa somática una tortura mental y espiritual indeseada y sobre todo injusta.
Uno de los casos más sonados resulta ser el de Brittany Maynard quien tras conocer que tenía un cáncer incurable en el cerebro, quiso tener hijos, celebrar el cumpleaños de su marido, y viajar a conocer el Gran Cañón (Colorado, Estados Unidos); finalmente, en su dormitorio y rodeada de su familia, se quitará la vida bajo supervisión médica[4].
Suena si terrible, pero sirve para analizar la decisión y la situación de quien sabe que nunca mejorará y por el contrario se deteriorará cada vez más.
El caso de Brittany acabó con su proyecto de vida y todos los planes que ella había soñado y anhelado: un tumor llamado glioblastoma multiforme, la forma más agresiva de cáncer en el cerebro, enfermedad terminal que implicaba no más allá de un año de existencia sujeta a tratamientos sólo paliativos.
En la campaña que ella misma inició mediante redes sociales y videos reclamó para si el derecho a morir con dignidad, es decir que la muerte no sea un vejamen a su calidad de persona, ni como mujer ni menos aun como ser humano.
No resulta un secreto que al padecer una enfermedad terminal se apertura para el paciente en proceso de viaje sin retorno y para los suyos, una tortura con final seguro, duro, abusivo, degenerativo, costoso y de final trágico; entonces el frío análisis costo beneficio se abre paso en realidades como la nuestra donde la sociedad, los magistrados y toda corriente tiene una muy difícil tarea al no encontrar una salida y solución sencilla: si bien la vida es un derecho, la dignidad también lo es y ello transita por un reconocimiento y atención a toda petición que tenga por objeto fundamental el cese no de la vida, sino de un sufrimiento vejatorio, indebido mediante el cual resulta si un deber y compromiso de la sociedad mostrar un comportamiento humano y dignificante.
Un tema polémico, complejo mediante el cual no incursionamos en tópicos religiosos, morales o similares, tan sólo y luego de leer presente, les pedimos ponerse por algunos segundos en la piel de aquellos que saben que nunca mejorarán.
[1] Castillo, A (2011) “De la Historia, eutanasia, antecedentes históricos y tendencias actuales”; En: Revista 16 de abril. Revista Científico Estudiantil de las Ciencias Médicas de Cuba Fecha de última actualización: 12 de octubre de 2011.
[2] Vega, J (2007) “La práctica de la eutanasia en Bélgica y la «pendiente resbaladiza»”; En: Cuadernos de Bioética, vol. XVIII, núm. 1, enero-abril, 2007, pp. 71-87 Asociación Española de Bioética y Ética Médica
Murcia, España
[3] Vega, J (2007) pp.81.
[4] https://elpais.com/internacional/2014/10/19/actualidad/1413733836_761625.html