Como se sabe, la mayoría de las democracias en América Latina está pasando por una crisis de representación. También está presente en algunos países de Europa, Asia, África y en los Estados Unidos. Esta crisis se debe a que la mayoría de los ciudadanos deslegitima políticamente a los gobernantes y legisladores. Por ejemplo, en el caso peruano, esta deslegitimidad es profunda y acelerada. También se debe a la credibilidad. Millones de personas no creen en los políticos, sean candidatos o autoridades. Tampoco en los funcionarios del Estado, sean ministros o empleados públicos. Entre la deslegitimidad y el descrédito, hay otro factor que agudiza esta crisis: la corrupción, un fenómeno sobre el que ahora, debido a las denuncias de los medios de comunicación, la población está más enterada.
La crisis de la democracia en América Latina y el Perú tiene antecedentes históricos que, en su mayoría, continúan vigentes. Estos antecedentes le han causado y le causan un terrible daño a su desarrollo integral. Estos son, entre otros, la herencia autoritaria, heredada desde la colonia, el caudillismo, el péndulo del poder, que felizmente no se ha manifestado en este siglo, el clientelismo y el secretismo. Son virus que se resisten a la vacuna democrática. Pero a estos virus, poco a poco, se le van incorporando otros como la infocracia, la neoplutocracia, la meritocracia y el dataísmo.
La infocracia, tal y como explica el filósofo Byung-Chul Han, se produce por el cortoplacismo general de la sociedad de la información, que está desfavoreciendo a la democracia. Ello significa que el ritmo de la deliberación y participación política en estructuras de poder democráticas, como son los debates y aprobaciones de leyes, entre otras prácticas democráticas, necesitan un tiempo más o menos largo para la fundamentación. La democracia deliberativa está siendo excluida por la infocracia, que tiene un ritmo más corto, rápido e inmediato, donde predomina una opinión ligera sin fundamentación.
Lo mismo sucede con la neoplutocracia. Esta reduce, por diversos medios, una visión mercado-céntrica de las relaciones humanas y ha generado una grave concentración de la riqueza a nivel mundial. Un estudio hecho por Oxfam confirma que las 85 personas más ricas del mundo acumulan una riqueza equivalente a la de 3.5000 millones de pobres.